¿Deben recogerse los expresidentes?
Por Miguel Aroca Yepes
Los expresidentes deben recogerse. No saben hacer otra cosa diferente a lo más fácil, que es hacer política. No falta esta expresión en círculos de opinión, independiente de la edad de los exgobernantes.
La “efebocracia”, que es el gobierno de los jóvenes se contrapone a la “gerontocracia”, entendido como el poder en manos de los ancianos, justificado bajo el argumento de que son las personas más sabias debido a su larga experiencia de vida, así como el profundo conocimiento que estos tienen de la cultura, costumbres e historia de la sociedad a la que pertenecen.
Algunos casos de políticos que ascienden al poder, sin cumplir los cuarenta, comienzan a darse a lo ancho del mundo. Más allá de su talento, esta tendencia también tiene sus peligros evidentes. Los antiguos nos enseñaron a frenar sus impulsos con el carácter reflexivo de las instituciones y que la armonía con los veteranos es necesaria para no caer en el caudillismo belicoso.
La juventud tiene el genio vivo, pero el juicio débil, y no en vano James Russell Lowell sentencia que vale más una espina de experiencia que un bosque de advertencias, porque sin experiencia fracasamos, de ahí la veneración del anciano en las potencias asiáticas, con una cultura que honra la figura del adulto mayor.
Los expresidentes no son muebles viejos y en desuso, como dijera el expresidente López, si refrendamos el concepto de experiencia, que es el nombre que los hombres dan a sus errores y como madre de todas las ciencias.
En algunas ciudades de China, país influido por el casi sagrado papel de los mayores, extraído de las ideas de Confucio, existen sanciones reguladas para aquellos hijos que no visitan a sus padres, pudiendo entrar en listas negras que les impide postularse para determinados empleos o ayudas.
Intenta uno descifrar el deformado sistema de gobierno que rige en Colombia, cuando la democracia degenera en anarquía, la aristocracia termina en oligarquía y la plutocracia, que es el gobierno de las élites, le cierra los espacios a la “oclocracia” o dominio de las muchedumbres, tema bien definido por la economista francesa, Julia Cagé, con doctorado en Harvard, quien en su último libro: “El precio de la democracia”, enfatiza que este sistema (la democracia), nunca ha beneficiado a las mayorías sino a los más ricos, financiados con los impuestos de los pobres.
Ahora, estamos lejos de la “ginecocracia”, sistema en que las mujeres tienen un rol central de liderazgo político, por cuenta del acendrado machismo, que con su feminicidio le ha declarado la guerra a las mujeres, especie en vía de extinción, porque las amenazas contra ellas se materializan, pese a las denuncias, sin que haya Estado ni poder humano que las evite.