Por Miguel Aroca Yepes.
«Los hombres pierden la salud para hacer dinero, y luego pierden el dinero para recuperar la salud; y por estar pensando ansiosamente en el futuro, olvidan el presente; viven como si nunca fueran a morir, y mueren como si nunca hubieran vivido»: Dalai Lama.
El afán de amasar grandes fortunas para herederos que jamás se conocerán, plantea en en el país la disyuntiva: ¿Si la corrupción tiene influencia ambiental o genética?. Tico Aroca, médico pediatra, entrenado en el hospital Militar Central y víctima de la Valledupar intolerante y polarizada de 2019, definía la corrupción como enfermedad genética de carácter dominante, crónica y hasta la muerte, para denotar que esta patología o comportamiento, le danza al ser humano desde la simiente hasta la muerte, y lo reafirma la siguiente premisa: «Cuando los vicios envejecen en el anciano, sólo la avaricia permanece joven». El avaro se lleva su codicia a la tumba, pese a que nada nos pertenece, ni siquiera somos dueños de nuestro propio cuerpo, cuyo destino es el sepulcro.
El cartel de los puntos y las hojas de block que simboliza el saqueo a la paz, a la luz de la verdad verdadera, porque falta la verdad procesal, se define como el mayor entramado de corrupción de que se tenga memoria, tasado en 4.4 billones de pesos, para ejecutar en 10 años, pero los malversaron en un tiempo récord de 4, entre 2019 y lo corrido de 2022.
En medio de semejante escándalo, que a juzgar de las denuncias y pruebas promete ser una juiciosa investigación con la que se puedan reivindicar los organismos de control, la Fiscalia y la Consejería Presidencial para la Transparencia, porque sobra citar al Departamento Nacional de Planeacion (DNP), entidad cuestionada por este bochorno de padre y señor mío, elevado a la categoría de verguenza nacional, para determinar la suerte de multimillonarios recursos del Sistema General de Regalías con los que ya no contarían los municipios PDET, caracterizados por el OCAD Paz como los más pobres y golpeados por el conflicto armado, excepto los que se apadrinaron con coimas o peajes.
Ya nos habíamos familiarizado con el cartel de los impuestos, de los bonos de agua o Carrasquilla, la Yidispolitica, la chatarrizacion, el carrusel de la contratación, el cartel de los locos, de la hemofilia, Odebrecht, Reficar y pare de contar, cuando resurge otro cartel con intenciones macabras y un común denominador, mentes retorcidas que maniobran para torcer el espíritu de la norma y abusar de los dineros públicos, práctica criminal que hace cráter en la brecha social, responsable de la catástrofe humana atrapada por el hambre, en tanto adquiere ribetes preocupantes la inseguridad, que primero mata y después atraca.
Se hace trizas el Acuerdo de Paz, al no cumplir su finalidad los dineros del erario destinados a paliar la miseria social en 170 municipios diseñados para que sobrevivan a la tragedia desatada por la ausencia de Estado en lugares apartados, llamados la Colombia profunda.
Lo triste es ver que mientras en Perú la corrupción ha tumbado 6 presidentes, sumado un suicidio, lo que socava la legitimidad de las instituciones, y mantiene a la nación sudamericana en constante inestabilidad política, aquí no pasa nada, frente a una élite con blindaje infranqueable, enquistada sempiternamente, el mejor escenario para un buen debate de control político, en el que se podrían lucir Paloma Cuervo o Lucifer Cabal, pero no dicen ni pío, porque el robo de mayor connotación de la historia contemporánea salpica al gobierno Duque, que se despide por la puerta trasera, pero como el gobierno es uno solo, le tocará a partir del 7 de agosto al presidente Petro corregir el entuerto e intentar recuperar los dineros del fisco, que no son otros diferentes a los impuestos que pagamos los colombianos, lo que en carta blanca representa un descomunal descalabro económico para las finanzas del Estado, como si no le bastara la abultada deuda externa cifrada en 175 mil millones de dólares.